lunes, 20 de noviembre de 2017

La fabuladora y su costal.

Puedo afirmar que a través de la lectura he podido acercarme algo a la Francia revolucionaria del siglo XIX, pero mucho más y mejor conozco lo que ocurre en Artemisa, la tierra en que vivo, justo a 550 metros de la vivienda donde reside la altanera autora del artículo “El hombre del saco”, colgado en el sitio web de una connotada organización terrorista con sede en Miami. La impertinente cuentista rumorea sobre una supuesta preocupación que inquieta a los pobladores de Artemisa: el accionar de un alto oficial de la Policía Nacional Revolucionaria, desde hace poco más de un mes. Lo que he vivenciado en ese periodo de tiempo es una respuesta mesurada, ordenada y legal, a personas que han delinquido, participan en ilegalidades o manifiestan indisciplinas sociales, que se corresponde con la función que cumplen en la sociedad, y es reconocido por muchos pobladores, que lamentablemente no se encuentran en el marco de las relaciones sociales de la fabuladora, pero que favorecen su apreciación sesgada de la realidad. En el Café de la Casa de la EGREM en Artemisa, escuché el comentario de que más de una docena de jóvenes, tripulando motos eléctricas, fueron conducidos a la unidad de la PNR, y abundaron los argumentos en apoyo a la medida, porque es notorio en el pueblo que muchos no utilizan casco protector, conducen a alta velocidad y sin respetar el derecho de vía, en ocasiones lo hacen en estado de embriaguez, no poseen licencia de conducción, y en una cifra no despreciable son adolescentes. Los presentes coincidimos en que la actuación policial era necesaria, y los cuestionamientos eran dirigidos a la tolerancia manifiesta de los padres de esos adolescentes. Frecuento habitualmente la panadería La Parra y no he conocido ninguna muestra de apoyo a los administrativos y trabajadores que fueron detenidos en esa unidad, al igual que los de la panadería Flores Betancourt. La razón es sencilla, nos vendían el pan sin calidad y por debajo del peso normado, para robarse los recursos que destinaban al mercado negro. Al siguiente día cambió, para bien, la calidad y peso del pan ofertado, se comenzaba a observar con rigor las normas técnicas para su elaboración. No es extraño entonces que el barrio apoye la medida policial. A finales de octubre se interrumpió, por varios días, el servicio de agua potable. Enseguida reaparecieron los inescrupulosos que te ofertaban una pipa de agua al precio de entre 150 y 300 CUP por viaje. La policía ocupó las pipas que sorprendieron vendiendo el preciado líquido y las entregó a entidades estatales, incrementando el parque de carros cisternas que garantiza el servicio a los barrios más afectados, encamados, otros enfermos e instituciones sociales. Eso también fue aprobado por muchos de mis vecinos y compañeros de trabajo. Hace dos domingos vi pasar a Chacha, por frente a mi casa, con un semblante de gozo y satisfacción, y me espetó: “la policía obligó a bajar los precios a los ladrones de la feria”, y me mostró orgullosa sus dos jabas abarrotadas de alimentos recién comprados. No me consta que así fuera, pero imagino la cara de mi amiga si la aprendiz de guionista le da a leer el artículo de marras. Varios colegas me han comentado siempre, y lo he vivenciado en mi propia Circunscripción, sobre planteamientos del pueblo en las asambleas del Poder Popular,clamando por un actuar más enérgico de la policía frente al delito, las ilegalidades y las indisciplinas sociales. Una de las más preciadas conquistas, en tierra de Fidel, ha sido la garantía de tranquilidad ciudadana. Entonces ¡Enhorabuena el orden, la disciplina y la exigencia!. Dudo que la cuentista disponga de tiempo para leer mi nota, porque la imagino mucho más ocupada ahora, intentando proteger mejor su fabriquita clandestina de refresco no patentado, que vende caro a los “empobrecidos” artemiseños de a pie, que dice defender. Prometo regresar con un nuevo material, pero será sobre su ridícula referencia a Fouché.

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