La primera pregunta no se hizo esperar y
versó sobre por qué apropiarse literariamente del apellido Sorel, a lo
que el entrevistado respondió con la mayor naturalidad que se debió a
que iba a publicar una novela y le sugirieron que era necesario no
hacerlo con el apellido Martínez Sánchez para evitar confusiones. Un
día, entre un grupo de amigos algo pasados de copas, le propusieron el
de Sorel, porque le encontraban un parecido con el personaje de El rojo y el negro,
de Sthendal, y con la condición de que él no tuviera el mismo final, lo
aceptó. Desde ese momento lo asumió como su nombre literario: Andrés
Soler. Luego contó la anécdota de que cuando lo detuvieron en España, en
la prensa siempre decían que habían detenido al escritor de izquierda,
Andrés Martínez Sánchez y a continuación especificaban el alias: Andrés
Soler, para que todos supieran de quién se trataba. Su nombre verdadero
solo aparece en el pasaporte y en el carné de identidad. También
consideró que el escritor tiene que leer mucho y por eso él desde los
siete años ha sido un lector compulsivo.
Ante la interrogante "¿de la poesía,
nada?", dijo: "fui lector de poesía y como no escribo poesía, lo que
hago es narrarla". Su obra, según él, es ensayo, porque el autor siempre
le aporta su impronta y su modo ver las cosas, y es poesía por el
sentimiento que le impregna. Es de los que piensa que se habla de la
corrupción política, de la económica, pero nunca de la corrupción
cultural. Le aterra el no pensamiento, que se pierda porque mutilen las
palabras y se caiga en un diálogo del silencio. Considera que esta
corrupción cultural viene desde el nazismo, y hoy se vive otro tipo de
nazismo, por eso se debe "crear un lenguaje que atraviese las rejas",
para despertar pensamientos y evitar su muerte.
No podía faltar la pregunta relacionada
con Cuba y mucho menos la respuesta inteligente cuando expresó: "Cuando
se habla de patria se piensa en himnos, bandera. Lo primordial es buscar
una interrelación de los pueblos y sus culturas", y como él pertenece a
los que luchan para buscar algo nuevo, vio cómo Cuba se enfrentó a un
imperio en 1959 y triunfó, por lo que confesó seguir enamorado de "su
gente y su cultura". Sabe que nuestro país puede encontrar su camino
"mientras aliente pensamientos e ideales propios para lograr sus
propósitos".
El diálogo siguió por los derroteros de
la comparación entre Europa y América. Sus criterios fueron categóricos
al referirse a que los bancos alemanes, fundamentalmente, están llevando
a Europa a un retroceso inmenso, y que se aproximan tiempos convulsos,
pero por contraste, "en América se está luchando para que no se extinga
el pensamiento".
"¿Por qué no ha perdido la ternura?".
Fue una pregunta de Marta Rezik. No la ha perdido por su origen, por su
relación con hombres como Saramago, con quien compartió amistad y
conversaciones sobre el tema, por no entregarse a los corruptos —los
desprecia—, y porque para mantenerse vivo va por el camino de la palabra
no prostituida y junto a los humildes. Él sabe que hay autores que
viven buscando firmar sus libros; por su parte, él es feliz cuando
alguien le escribe para decirle que leyó su libro.
Concluía el Encuentro con… y el poeta Antón Arrufat comenzó la presentación del libro de Soler, Las guerras de Artemisa,
una novela que con una prosa cautivadora narra la crueldad de una parte
de la historia cubana: la reconcentración de Weyler y los horrores
sufridos por los cubanos.
El descubrimiento de ese episodio lo
obsesionó, por eso vino a Cuba, a Artemisa, se entrevistó con los
pobladores, recorrió lugares donde vivieron los esclavos, campesinos, la
población reconcentrada, y, entre La Habana y Madrid la escribió.
“Las voces de blancos y negros;
españoles y cubanos entran en la novela» y cuentan los acontecimientos
unidas a la del narrador omnisciente.
"No puede dormir. La pesadilla de las
últimas semanas…". Así es como comienza la historia. Ese hombre no es
otro que "el anciano" Valeriano Weyler, que no logra encontrar el
descanso por esas pesadillas que lo persiguen, y entra en aquel pasado,
se orina, toca esa viscosidad que deja la piel mojada, que al decir de
Arrufat es uno de los mejores momentos de la historia. Su condición de
poeta le impregnó a la presentación una carga lírica, similar a lo
expresado por Andrés Sorel cuando dejaba claro que si hay sentimiento en
el acto literario hay poesía. Con esa carga habló de los momentos de
erotismo, sexo y violaciones sufridas por los personajes, además de los
momentos de descripción del paisaje cubano. De nuestra historia.
Desde su propia visión, Sorel fue capaz
de acercar nuevamente al lector, decía Antón Arrufat «a un período atroz
y casi olvidado.
Andrés Sorel no pudo retrotraerse al
influjo de las palabras del presentador, porque descubrió algo más que
lo que se propuso al escribir la novela, al decir: "El lenguaje se salva
cuando se escribe un texto como el de Antón Arrufat", y humildemente
pensó que eso era más importante que si alguien viniera a decirle que
había ganado el premio Nobel.
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