miércoles, 25 de febrero de 2015

Las guerras de Artemisa


El remolino de la Feria del Libro en La Habana  ha pasado y comienza la hora de la lectura en calma. Es ahora cuando no puede dejarse para más tarde la lectura de un modesto volumen en su factura impresa, pero que resulta uno de los libros más espléndidos presentados por Arte y Literatura: Las guerras de Artemisa. Del autor español Andrés Sorel, esta obra indispensable, en primer lugar, está escrita con belleza en el lenguaje y la forma. Es de los libros que uno no puede desprenderse desde el momento en que lo comienza a leer. Para los cubanos se suma un interés particular y es que la trama, su contenido, se refiere a uno de los hechos más crueles y complejos de la Guerra de Independencia.
Valeriano Weyler y Nicolau, nacido en Palma de Mallorca, dijo que él, como militar, asumía la Gobernación de la Isla, que parecía perderse para España, y que terminaría con esa contienda. Y Weyler resultó, con las tropas que debían responderle, el “genio” terrorista más cruel del siglo XIX. No poco se ha escrito de la “reconcentración de Weyler”, pero Las guerras de Artemisa es un lienzo impresionante porque la escritura de Andrés Sorel (Es­paña, 1934), narrador cervantino, ha pintado de tal modo, que tanto hechos como protagonistas parecen salidos del pincel de un artista, o de la magia del cine.
Artemisa es el principal escenario de su trama. ¿Qué estamos leyendo? Podemos preguntarnos: ¿Una ficción o es realidad? En la mente de los actores pasan una tras otra las pesadillas del horror. Son ellos los que hablan, actúan y parecen arrepentirse de tanto crimen contra la humanidad: la reconcentración, hambre, enfermedades y muerte de millares de personas, que es la forma escogida por Valeriano Weyler para terminar con la guerra de Cuba  en corto tiempo.
El autosuficiente criminal se adelantó a Hitler. La prosa de Sorel dice, por ejemplo: “Una boleta, entregada por un furriel de la guarnición a cada reconcentrado, en la que se fijaba con un número su única señal de identidad a partir de ese momento, les servía al llegar a su punto de destino para agruparse en los barracones o edificios aban­donados en que los destinaban sin distinción de edad ni sexo”.
Sorel escribe de la Guerra de Independencia con la que no puede la metrópoli, en la voz de aquellos actores de hace poco más de un siglo.
En su obra hay romance, poesía y obviamente dolor. Pero sobre todo una forma singular en la narrativa. Este gran libro lo es de historia y de letras, donde aparecen reflejadas las víctimas de Weyler que no son solo —aunque los que más— los reconcentrados, sino también muchos de los actores del crimen.
Además el autor, que conoce al dedillo la Guerra Civil Española, no prescinde de esbozarla. Las guerras de Artemisa, en verdad comienza a finales del siglo XIX y va terminando en 1936, “cuando los cipreses no mueven sus hojas. Ni sopla la brisa”. En la pesadilla un protagonista no puede dormir, no sabe con quién habla, tiene fiebre y se pregunta: “¿Existió realmente aquel tiem­po, fue real la guerra (de Weyler). ¿Cuándo estuvo él en Artemisa?… los ojos de los filibusteros acechándolo, sus gritos cuando cargaban el machete… aquella mujer, tan joven, tan hermosa, palpitando su cuerpo como el de una cierva viva herida… hasta el nombre recuerda después de tantos años, Herminia, Herminia”.
Ese es el tono que escogió Sorel, imprescindible escritor español, para Las guerras de Ar­temisa, en su concierto de estilos del narrador, el poeta y ensayista que es.

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