(Tomado del blog La Joven Cuba)
Por: Debra Bruno
Para Conner Gorry, existe la imagen de Cuba que se presenta en la
prensa, y la Cuba que ella ha conocido y que ama desde que se mudó a ese
país en 2002.
La expatriada nacida en EE.UU. escribe acerca de Cuba desde su casa
en La Habana, cubriendo asuntos de salud, viajes y la vida diaria en
Cuba. Su blog “Here is Havana”
es, tal como ella lo describe, “en el mejor y peor de los casos, un
desahogo catártico mirándose el ombligo. Si alguna vez ustedes se han
preguntado cómo es besarse en el Malecón, ir al médico sin pagar nada,
fumar sabrosos tabacos por 5 centavos o vivir sin papel sanitario,
bienvenidos a La Habana”.
En 2013 inauguró Cuba Libro,
la única librería en idioma inglés de La Habana. Más recientemente,
terminó de escribir un libro aún inédito acerca de su vida en Cuba.
En diciembre, los presidentes Barack Obama y Raúl Castro anunciaron
que ambos países comenzarían a buscar la normalización de relaciones,
incluyendo un posible fin al embargo de 54 años e incluso la reapertura
de la embajada norteamericana en La Habana.
La señora Gorry habló por Skype con Debra Bruno, colaboradora de la sección Expat del Wall Street Journal,
y también respondió a preguntas por correo electrónico cuando se cortó
la conexión por Skype. Le sigue la conversación ya editada:
¿Cómo llegó a Cuba la primera vez?
Vine por primera vez en 1993. Yo estaba haciendo una maestría en
Ciencias Políticas y escribí una tesis acerca del embargo
norteamericano. Me ofrecí de voluntaria por un mes con cubanos en el
terreno, y fue una experiencia transformacional, como muchas de ellas.
Fue un período especial con apagones de 16 horas y adultos que perdieron
15 a 20 libras. Pero aún así encontré a gente que estudiaba,
investigaba, realizaba encuestas. Yo estaba fascinada de cómo tales
carencias afectaban a una sociedad y cómo podían seguir adelante y
mantenerse a flote. No regresé hasta ocho años después, y entonces en
2001 me enamoré de un cubano, me mudé aquí y nos casamos.
¿Puede describir su librería?
Soy la cofundadora de Cuba Libro. Fue concebida como un negocio ética
y socialmente responsable. Los cubanos pueden permanecer y no comprar
nada. Tenemos proyectos comunitarios y nos dedicamos a la prevención del
VIH, así que repartimos gratuitamente condones. Tres o cuatro veces a
la semana en Cuba Libro también recibimos grupos que realizan viajes de
“persona a persona”, de manera que puedan conocer a cubanos y saber de
sus negocios privados.
¿De qué tratan sus memorias?
No hay muchas personas en EE.UU. que hayan tenido un asiento de
primera fila para presenciar el continuo, la evolución. Cuba ha estado
cambiando todo el tiempo, pero nadie ha estado prestando atención. Así
que el libro básicamente es acerca de los cambios durante los últimos 13
años que yo he vivido aquí, con capítulos intercalados acerca de lo que
es vivir todos los cambios y ajustarse. Es también acerca de un amor
transcultural y de aprender a hablar “cubano”, que es diferente del
español regular.
En su blog usted habla acerca de los mitos que la gente tiene de Cuba. Dígame algunos de ellos.
Uno es el que hay una moneda para turistas y una moneda para los cubanos. Eso es totalmente incierto.
¿Otro mito?
Que Cuba es un estado policíaco. Yo siempre le digo a la gente que
viene aquí por primera vez: escriban acerca de sus expectativas. Lo que
van a ver, a oler, a esperar, y luego, cuando estén aquí, escriban de
nuevo acerca de ellas. Es realmente un ejercicio interesante de cuánto
ha penetrado la propaganda.
¿Algo más?
Otro gran mito es la conectividad de los cubanos. El Banco Mundial
sitúa la conexión a Internet en 5 por ciento de la población. Ese es un
malentendido total de cómo los cubanos se conectan y comparten las
conexiones. Solo toman la cifra oficial de cuántos cubanos abren cuentas
de Internet. Pero los cubanos lo comparten todo, y eso incluye la
conexión a Internet. Cuando me mudé aquí, nadie tenía teléfono celular,
nadie tenía un iPod. Yo ni siquiera tenía una línea terrestre en la
casa. Y ahora la gente viene y dice, “Oh, Dios mío, la gente tiene
iPhones”.
Usted ha dicho que no se considera una expatriada. ¿Por qué es eso?
Para mí, el término expatriado es tendencioso y anticuado. Sugiere
que uno abandona una tierra por otra y minimiza el hecho de dónde uno
decide vivir, y en su lugar pone el énfasis en el lugar donde no quiere
hacerlo. Prefiero mucho más el concepto cubano de aplatanada, que se aplica a los residentes extranjeros a largo plazo que vienen aquí.
¿Cómo le fue cuando llegó a Cuba por primera vez?
Mi primer apartamento fue uno de esos bloques de apartamentos
construidos en serie al estilo soviético en las afueras de La Habana:
sin agua caliente, teléfono, pintura en las paredes, sin asiento en el
inodoro, infestado de comején a tal punto que la cama periódicamente
colapsaba y se podía atravesar la puerta de la calle con un dedo. Cinco
generaciones de vecinos viviendo en un apartamento de dos dormitorios.
Mi esposo y yo vivimos allí durante seis años y eso me sumergió en la
realidad cubana, con todos sus defectos.
¿Usted interactúa con otros expatriados?
Cuando inauguré Cuba Libro en 2013, entré a un mundo nuevo –un mundo
de extranjeros, en el cual la mayoría de los residentes extranjeros no
habla español –al menos no el español cubano–, nunca se han montado en
un autobús, van siempre en auto a las tiendas de alimentos mejor
surtidas y no tienen que depender de lo que hay disponible en el
vecindario, no están acostumbrados a saludar y despedirse de todo el
mundo con un beso, no han tenido que hacer cola para comprar pan o una
col o usar un teléfono público, nunca el zapatero del barrio les ha
arreglado sus zapatos y no limpian su propia casa. Muchos tienen pocos
amigos cubanos –pero en su lugar tienen personal cubano.
Probablemente trabajen en una empresa mixta, en una embajada o en una
ONG internacional, o en nada: viven de una herencia o están jubilados
aquí. Esto no quiere decir que todos los extranjeros que hay aquí son de
esa manera, pero se aplica a la mayoría de los que he conocido y es
parte de la razón por la que no me considero una expatriada.
¿Tiene la oportunidad de visitar EE.UU.?
Es cuestión de dinero. El vuelo de 40 minutos de La Habana a Miami
cuesta $400, y luego tengo que llegar a Ciudad Nueva York, donde están
la mayoría de mis amigos y toda mi familia. En total, cada viaje –tan
solo por el boleto de avión, impuestos y otros pagos– cuesta $800 o más.
Así que cuando tengo el dinero, voy.
¿Extraña algo?
Cada vez que estoy allá, me doy cuenta de cuánto no extraño EE.UU.
–hay tanta gente sin hogar, a los más vulnerable se les desprecia o se
les descarta, la mayor parte de la gente está demasiado ocupada o
distraída para pasar el tiempo con la gente que ama, el sistema político
es un desorden corrupto, la desigualdad racial y la segregación, la
división de clases, las guerras.
No me malinterprete: no hay sistema perfecto y Cuba está lejos de ser
perfecta. El asunto es que no importa dónde uno decida vivir, uno tiene
que aceptar lo bueno y lo malo, y cuando voy de visita a Estados Unidos
no puedo vivir con todo lo malo que veo allí. Extraño a gente, y no a
cosas –aunque sí les envidio su internet de banda ancha.
Foto de portada: La entrada a Cuba Libro / R Muck.
(Tomado de The Wall Street Journal)
Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.
Tomado de Progreso Semanal
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