Por: Andrés Zaldívar Dieguez*
Según el inspector
general de la CIA Lyman Kirkpatrick, inmediatamente después del fracaso de la
primera conjura contrarrevolucionaria contra Cuba en agosto de 1959 (no se
refiere a ella expresamente), desde aquel mismo mes la CIA inició su
participación en la gestación, planeamiento y organización de nuevos
planes para destruir la Revolución Cubana. El 17 de marzo de 1960 el presidente
de Estados Unidos Dwight D. Eisenhower aprobó el plan presentado por la Agencia
Central de Inteligencia (CIA) desde finales de 1959, que en su cumplimiento
trajo consigo, trece meses más tarde —en la madrugada del 17 abril de 1961— la
invasión por Bahía de Cochinos, que concluyó con su aplastante derrota 66 horas
después en las arenas de Playa Girón. El contenido de este denominado “Plan de
acciones encubiertas” fue comenzado a conocer en 1975, y no fue conocido
totalmente hasta finales de la década de los 90.
Aunque no fue la
primera medida de envergadura gestada desde Washington contra la naciente
Revolución —en agosto de 1959 se había frustrado en Trinidad la conspiración
yanqui-batistiano-trujillista, al igual que la zancadilla diplomática
orquestada por el Departamento de Estado a través de la Quinta Reunión de
Consulta de la OEA, en Santiago de Chile—, por su enorme extensión y alcance,
las acciones aprobadas aquel día han trascendido por haber sido la luz verde
presidencial a la primera gran operación subversiva contra la Revolución
cubana.
El plan presentado
por la CIA contenía cuatro direcciones o líneas de trabajo, algunas de las
cuales ya habían sido iniciadas. La primera era la creación de un “frente
político” declaradamente opuesto al Gobierno Revolucionario —por lo que debía
radicar en el exterior— a nombre del cual el Gobierno de Estados Unidos
realizaría las acciones planificadas. Bajo el nombre inicial de Frente
Revolucionario Democrático, se asentó desde poco después en Miami, y dio
vida a la mafia terrorista que allí aún campea por su respeto. La segunda
dirección fue el desarrollo de “los medios de información hacia el pueblo
cubano”, cuyo más importante resultado fue el inicio de la propaganda radial
subversiva a través de un radiotransmisor instalado en las Islas Swan del Golfo
de Honduras (Radio Swan) y por emisoras comerciales del sur de Estados Unidos y
otros países de la región.
La tercera línea fue
la creación de una “organización secreta de inteligencia y acción”, que derivó
en la estimulación y respaldo de organizaciones terroristas en las ciudades,
así como de bandas terroristas de alzados en los macizos montañosos del
occidente, centro y oriente del país. La cuarta dirección se trataba de la
creación de una fuerza paramilitar en un tercer país, encargada en primera
instancia del abastecimiento de medios de guerra a las organizaciones
contrarrevolucionarias y alzados en las montañas; así como de infiltrar hombres
que estuvieran en capacidad de dirigir acciones que trajeran consigo la
destrucción de la Revolución.
La respuesta revolucionaria demostró con
rapidez lo iluso de tal pretensión. Tras detectarse desde el
verano de 1960 la presencia de elementos armados en diferentes
lugares del macizo montañoso del Escambray, las operaciones
iniciadas el 8 de septiembre desde la finca La Campana por 800
campesinos de la propia zona, organizados en 25 pelotones de
milicia, posibilitó que en menos de dos meses los estrategas de
la CIA vieron frustrados sus propósitos de convertir las montañas
cubanas en santuarios opositores. La concepción estratégica
central del Programa aprobado el 17 de marzo se hizo añicos:
quienes se entrenaban en el exterior no podrían nunca contar con
fuerzas para dirigirlas en una guerra irregular
contrarrevolucionaria. Ello dio origen, a inicios de noviembre de
1960, al plan de invasión de una Brigada anfibia y
aerotransportada sería derrotada en Playa Girón meses más tarde.
Algunos investigadores, que se limitan a
mencionar solo las cuatro direcciones subversivas que aparecen
explícitamente en el Programa de acción encubierta de hace
55 años, no tienen en cuenta que al calor de aquel plan
subversivo se desarrollaron, al menos, otras cuatro líneas
subversivas, las que han trascendido también en el tiempo y
caracterizado la política hacia Cuba por más de medio siglo. Otra
de aquellas direcciones encubiertas fueron los planes de
asesinato del Comandante en Jefe, que aunque aparecía en un
resumen del plan original de la CIA del 11 de diciembre de 1959,
incluso consignando que era la medida más importante, fue
excluido de la letra del documento presidencial.
Otra dirección fue la guerra económica, tanto
en su vertiente de sabotajes y daños a la economía como en las
manifestaciones públicas del bloqueo, que trajo consigo el cese
del suministro de petróleo al país; el inicio de las escalonadas
reducciones de la cuota azucarera cubana en el mercado
estadounidense hasta su eliminación total; así como la
prohibición de exportaciones hacia Cuba (19 de octubre de 1960),
segundo paso decisivo hacia el bloqueo económico, comercial
y financiero y financiero, aplicado en su totalidad catorce meses
más tarde, en febrero de 1962, como parte de la Operación
Mangosta.
Otra medida fue el afianzamiento del cerco
diplomático de la Isla, en especial a través de la Séptima
Reunión de Consulta de cancilleres de la OEA, realizada en San
José, Costa Rica, a fines de agosto de 1960, cuya insolente
Declaración provocó la multitudinaria aprobación de la I
Declaración de La Habana del 2 de septiembre.
Finalmente, no podemos dejar de
considerar la organización de una autoprovocación en la Base
Naval en Guantánamo —en una denominada Operación Marte,
que no logró sus propósitos—en aras de obligar al presidente
John. F.Kennedy a que autorizara la directa intervención militar
contra la Revolución.
A 55 años de iniciarse formalmente esta gran
operación subversiva contra la Revolución, sería imperdonable
olvidarla.
(*)
Investigador Titular. Profesor Titular. Centro de Investigación
Históricas de la Seguridad del Estado. CIHSE.
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